sábado, 14 de diciembre de 2013

El ojo espía

 Edward Hopper, "Night Windows", 1928

 Edward Hopper, "Room in New York", 1932

Herbert Bayer, "El ciudadano solitario", 1932 

Branko Lenart, "Body & Soul", 1975




Estética de las ventanas

Las ventanas son miradores que ponen marco al mundo: miramos a través de ellas como miramos una pantalla latente de realidades, de perspectivas fijas, de impresiones fugaces, o de sombras pasajeras.

En sus cuadros, los personajes de Edward Hopper miran a través de las ventanas como si buscasen el enigma de la vida dibujado en las nubes del cielo, en los rayos del sol que penetran en el interior de una habitación, o en la nocturna oscuridad de una calle vacía y silenciosa. En sus cuadros, los personajes de Hopper son mirados a través de las ventanas, atrapados y detenidos por la mirada involuntariamente voyeur del espectador: una ventana abierta es una invitación a ser mirado.

Esos personajes pintados se muestran sin pudor: desnudos, vestidos, leyendo un libro, sentados en la cama o pensativos en un sillón –siempre junto a la ventana o a los ventanales–, y conversan con el que mira. Un cruce de miradas es una conversación.

Las pinturas de Hopper nos hablan de la experiencia de la mirada como un ejercicio de correspondencias previstas: mirar y ser mirado, el voyeur que se exhibe, etc. Pero también nos describen el espacio mirado (habitaciones de hoteles y de moteles, cafeterías) como un territorio de confrontaciones duales que van del interior al exterior, de lo público a lo privado, y viceversa.

Las ventanas son ojos y los ojos son ventanas. En 1932, Herbert Bayer realizó un famoso fotomontaje que tituló “El ciudadano solitario”: sobre una fachada repleta de ventanas, dos gigantescas manos con ojos en sus palmas se abren al espectador (el mirar, el ser mirado). Una imagen extraña, sin duda, que nos habla de la mirada como proyección metafórica del deseo. Ver y tocar: los ojos son las manos que tocan, las manos son los ojos que ven.

En la ventana-voyeur todo es una ilusión lejana: la distancia es soledad y sombras, nada más.

En 1975, Branko Lenart fotografió una sombra parecida a la que creaban las manos de Bayer sobre aquella fachada inventada. Pero en “Body & Soul”, el edificio es el cuerpo desnudo de una mujer. La mirada del voyeur es pura quimera, pura imaginación (ver sin tocar), pura sombra trazada sobre el objeto del deseo. 



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